ELBERT
HUBBARD
el modo de verificar la información y para qué la necesita
usted, el prodigioso ayudante se retira y buscará otro empleado que le ayude
a buscar a García y regresará luego a informarle que tal hombre no existió
en el mundo.
Puede suceder que yo pierda mi apuesta pero si la ley de los
promedios es cierta, no la perderé. Y si usted es un hombre cuerdo no se
tomará el trabajo de explicarle a su ayudante que corrigió se busca en la C
y no en la K, se sonreirá usted suavemente y le dirá "Dejemos eso" Y buscará
usted personalmente lo que necesita averiguar... Esta incapacidad para la
acción independiente, esta estupidez moral, esta atrofia de la voluntad,
esta mala gana para coger y remover por si mismo los obstáculos, es lo que
retarda el bienestar colectivo de la sociedad. Y si los hombres no obran
para su provecho personal, ¿qué harán cuando el beneficio de su esfuerzo sea
para todos?
Se palpa la necesidad de un capataz armado de garrote. El
temor de ser despedidos el sábado por la tarde es lo único que retiene a
muchos trabajadores en su puesto. Ponga usted un aviso solicitando un
secretario, y de cada diez postulantes, nueve no saben ni ortografía, ni
puntuación.
¿Podrían tales gentes llevar la carta a García?
En cierta ocasión decíame el jefe de una gran fábrica: -¿Ve usted a ese
contador que
está allí?- ¿Lo veo, y qué? Es un gran contabilista: pero si lo envío a la
parte
alta de la ciudad con cualquier objeto puede que desempeñe su misión
correctamente; pero puede también que en su viaje se detenga en cuatro
cantinas, y al llegar a la calle principal de la ciudad haya olvidado
absolutamente a qué iba. ¿Podría confiársele
a tío semejante la carta para
García?
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UNA CARTA A GARCÍA
En los últimos tiempos es frecuente
oír hablar con gran simpatía del pobre trabajador víctima de la explotación
industrial; del hombre honrado, sin trabajo, que por todas partes busca
inútilmente en qué emplearse. Y a todo esto se mezclan palabras duras contra
los que están arriba, y nada se dice del jefe de industria que envejece
prematuramente luchando en vano por enseñar a ejecutar a otros un trabajo
que ni quieren aprender ni les importa; ni de su larga y paciente lucha con
colaboradores que no colaboran y que sólo esperan verlo volver la espalda
para malgastar el tiempo.
En todo almacén, en toda
fábrica, hay una continua renovación de empleados. El jefe despide a cada
instante a individuos incapaces de impulsar su industria, y llama a otros a
ocupar sus puestos. Y esta escogencia no cesa en tiempo alguno, ni en los
buenos ni en los malos. Con la sola diferencia de que cuando hay escasez de
trabajo la selección se hace mejor; pero en todo tiempo y siempre el incapaz
es despedido: la ley de la supervivencia de los mejores se impone. Por
interés propio todo patrón conserva a su servicio los más hábiles:
aquellos capaces de llevar la carta a García
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